Estamos en tiempos de acceso a la información masiva, pero, desgraciadamente, sin ningún tipo de filtro o criterio que nos permita distinguir lo adecuado, o lo cierto, de lo inadecuado e, incluso, lo falso. Las biblias del bienestar proliferan por todas partes con consejos de lo más dispares. Y se multiplican los comentarios, diagnósticos y consejos de personas cercanas que han leído en Internet, o alguien les ha dicho que tal producto es buenísimo o que tal otro es fatal para la salud. Regímenes restrictivos, que suprimen grupos enteros de alimentos, personas que se lanzan a intentar hacer maratones sin comprobar si tienen la preparación física y la salud adecuadas, dietas (como la lighter life o dieta del agua) que recomiendan 4 o más litros de agua al día...
Hablemos del agua: desde hace años se viene insistiendo en la necesidad de beber al menos dos litros diarios de agua para mantener el organismo convenientemente hidratado. Y es cierto que nuestro cuerpo debe estarlo para funcionar adecuadamente y evitar problemas de salud que, a largo plazo, pueden llevar incluso a la muerte. Pero eso no quita para someternos a la tiranía de las cantidades: "hay que beber dos litros de agua al día". ¿Todos igual? ¿Un adulto de 80 kg de peso que trabaja en la construcción al aire libre necesita la misma cantidad de agua que otra de 50 kg que trabaja sentada en una oficina con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano? Un adolescente de 18 años que, después de seis horas de clase, haga un par de horas de deporte, ¿necesita beber lo mismo que una persona de 85 años, que pasa buena parte del tiempo sentada y su actividad física diaria es mínima? Es evidente que no. Tampoco, una persona con estreñimiento crónico que una con un tránsito intestinal menos problemático.
Otro factor a tener en cuenta es el tipo de alimentación: no es lo mismo que una persona tome cinco raciones de frutas y verduras al día, que si no las prueba. O que tome dos o tres vasos de leche, o infusiones, refrescos (por más que no los recomendemos, si son azucarados), zumos, cerveza... Para calcular la ingesta total de agua diaria tenemos que incluir todos esos alimentos que no son estrictamente vasos de agua, pero que aportan una gran cantidad de ella. Y beber agua en exceso puede causar muchos problemas de salud, como:
- Problemas de sueño, e incluso insomnio, por la necesidad de levantarse varias veces a orinar en medio de la noche.
- Sudoración extrema, o hiperhidrosis: si bien hay personas que tienen este problema médico por alteración de las glándulas sudoríparas, también las hay que pueden agravar esta condición al beber en exceso, pues el sudor es, junto con la orina, una forma que tiene el cuerpo de librarse del exceso de agua.
- Sobrecarga renal: un exceso de ingesta de agua hace que los riñones trabajen en exceso y no les dé tiempo a filtrarla y eliminarla, por lo que se acumula un exceso de agua en la sangre y las células, lo cual a su vez causa...
- Desequilibrio hidroelectrolítico (la cantidad de sustancias minerales que el organismo necesita para funcionar correctamente). Por ejemplo, la cantidad de sodio en sangre, debe estar entre 135 y 145 milimoles por litro. Si baja, aunque sea ligeramente, se pueden empezar a experimentar síntomas adversos, como dolor de cabeza, náuseas, fatiga, desorientación..., que indican una posible intoxicación por agua. En casos extremos, esta alteración puede causar inflamación del cerebro, coma y, finalmente, la muerte.
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Afortunadamente, muchos médicos y expertos en nutrición ya contestan a la pregunta: "¿cuánta agua tengo que beber?" con una respuesta mucho más adecuada: "la que necesites". ¿Y cómo sabemos cuánta necesitamos? Por suerte, contamos desde hace miles de años con un maravilloso mecanismo que se llama sed. Si tienes sed, necesitas beber. Y beber por obligación, cuando no la tienes, puede ser hasta peligroso. Hablamos, por supuesto, de personas en condiciones físicas "normales", sin ninguna enfermedad o condición que altere este mecanismo, como podría ser el caso de adultos mayores y los bebés o niños muy pequeños, que pueden tener menos sensación de sed y, por tanto, sufrir deshidratación más fácilmente.
Por ello, te recomendamos que, si estás bien de salud y no tienes otros problemas o condiciones físicas adversas, confíes más en tu sed y menos en los consejos de quienes han leído, les han contado o se han dado cuenta. Y en todo caso, seguro que tienes a tu médico, que podrá echarte una mano y aconsejarte como es debido, para que bebas lo necesario. Ni más, ni menos.