jueves, 22 de diciembre de 2016

Navidad, niños y alcohol: por un poco, sí pasa

Últimamente estamos recibiendo cantidad de noticias relacionadas con los preadolescentes y el consumo de alcohol, en el cual se van iniciando a edades cada vez más tempranas. A la desgraciada noticia de la muerte de una niña de 12 años en un pueblo de Madrid el pasado 1 de noviembre han seguido otras de menores de edades similares en estado grave, después de participar en botellones y actividades de ese estilo, normalmente durante su tiempo de ocio. 

Por otra parte, estas fiestas que empiezan a menudo vienen acompañadas por el consumo de alcohol, frecuentemente en cantidades considerables, durante las reuniones familiares. Empezamos con una cervecita con las tapas, seguimos con el vino blanco para acompañar el marisco y/o pescado, después el tinto con la carne, luego -si se tercia- un oporto u otro vino dulce con los turrones y, después, el champán para brindar. Más tarde, con la sobremesa, todavía pueden caer unos chupitos o un gin-tonic.

Los niños, incluso de pocos años, participan de ese ambiente y no es raro que, en el momento culmen del brindis tras las uvas, pidan un poquito de champán para brindar ellos también. Y tampoco es raro que algún miembro de la familia diga: "Por un poco, no pasa nada", y se lo dé.
Imagen de 123rf

Pero por un poco, sí pasa. En primer lugar, el efecto del alcohol en los niños es mucho más grave que en adultos, pues tanto su cerebro como otros órganos, especialmente el hígado, están todavía en proceso de formación, por lo que son mucho más vulnerables a su ingesta. Pero, al ser éste un consumo esporádico y en muy pequeñas cantidades, no es lo que más nos preocupa. Lo peor de esta permisividad es reforzar en los niños las ideas de que, para divertirse, hay que beber y de que, en ocasiones especiales, está permitido hasta para ellos. Además, el interés que normalmente tienen los pequeños por parecerse a los mayores, por hacer lo que hacen ellos y ser como ellos en este caso, desde luego, no ayuda.

Por eso, te deseamos muy felices fiestas y este año te recomendamos que, si consumes alcohol durantes las celebraciones, lo hagas con moderación y que no ayudes a los niños a iniciarse en su consumo. Porque por un poco, sí pasa.

Felices fiestas y un año nuevo lleno de salud, alegría y bienestar

Dr. J.M. López Matía
Director médico de Clínica Panaderos
Cuídate y déjanos cuidarte

domingo, 11 de diciembre de 2016

De niño mimado a tirano (II): ¿cómo evitarlo?

En nuestra anterior entrada hablábamos sobre los niños excesivamente mimados, que pueden convertirse en tiranos, y dejábamos dos cuestiones pendientes: ¿Cómo evitamos llegar a este extremo? ¿Y qué hacemos si ya nos encontramos en él?

En el caso de la primera, las propias características de un niño excesivamente mimado nos dan las claves sobre cómo evitarlo.La primera de ellas, reclamar constantemente la atención de los demás puede indicar un excesivo egocentrismo, así como cierta inseguridad personal: necesita que todos estén pendientes de él, porque él es lo más importante (incluso lo único importante) o porque no se siente arropado, valorado, atendido debidamente. Lo peor que podemos hacer es incrementar nuestro nivel de atención hacia él: no se trata de cantidad, sino de calidad. Debe aprender que no es nuestro único centro de atención, aunque sea muy importante para nosotros, que tenemos que (o queremos) ocuparnos de otras personas y asuntos. Habrá que hacerle entender que, aunque no estemos constantemente pendientes de complacerlo, eso no significa que no nos importe.

Su baja tolerancia a la frustración (que puede dar lugar a los frecuentes episodios de enfado y ansiedad) es otra de las características en las que habrá que trabajar. A muchas personas, tanto niños como adultos, les cuesta entender que las frustraciones se van a presentar antes o después en la vida y, probablemente, se presentarán muchas más veces de las que pensamos. No podemos permitirnos evitárselas siempre mientras son pequeños, porque en algún momento se encontrarán frente a una situación frustrante ante la cual no dependa de nosotros "salvarlo" (un suspenso, un juguete de otro niño, un viaje que no puede o no podemos hacer, un móvil caro que no podemos permitirnos comprar...) y será mucho peor: pueden llegar a causarle grandes sufrimientos y reacciones desproporcionadas. El niño no puede huir siempre de la frustración, tiene que aprender a superarla. Para ello, deberá comprender que hay situaciones que no están a nuestro alcance para las que la única salida es la aceptación. Y habrá otras que pueda superar pero cambiando su estrategia, modificando su comportamiento, lo cual requerirá que reflexione (para lo cual, según su edad, puede requerir nuestra ayuda) y actúe en consecuencia. Por ejemplo, si se enfrenta a su primer suspenso, tendrá que saber en qué ha fallado, pensar cómo va a cambiar su forma de enfocar el estudio de esa asignatura, y luego actuar de acuerdo con ello. Nuestra labor como padres podrá centrarse en dotarlo de las herramientas para aceptar o superar la frustración, pero es nuestro hijo quien tiene que afrontarla.

Otro de los aspectos del niño mimado, la baja empatía, no es algo que pueda corregirse fácilmente. Lo mejor es trabajarlo desde que son pequeños, aunque más vale tarde que nunca: aprender a hablar de sus sentimientos, así como oírnos hablar de los nuestros le ayudará a identificar emociones, tanto positivas como negativas en él mismo y en los demás, lo cual es un primer paso importante para "ponerse en el lugar del otro", para entender qué siente y analizar por qué. Difícilmente podrá reconocer los sentimientos de otras personas si no es capaz de identificar los suyos y expresarlos adecuadamente.

Recoger también es tarea suya - Imagen de 123rf
En cuanto al desafío constante a las normas, que considera externas a él, hay que insistir en la necesidad de que el niño reconozca y respete las normas desde pequeño. Esto tiene dos vertientes: el conocimiento de las normas y de las consecuencias que tiene no respetarlas. En cuanto al primer aspecto, las normas, excepto en casos de familias monoparentales, deben ser acordadas entre los padres y explicadas adecuadamente al niño. Y es fundamental mantener el acuerdo, de manera que el niño no se aproveche de la persona más flexible, para pedirle a ella permiso y luego utilizarlo como pretexto ante la otra persona. Además deberán estar adaptadas a su edad, siempre fáciles de comprender e inamovibles (salvo en casos muy especiales). Y también deberemos hacer partícipes de ellas a otras personas que cuiden al niño o niña: abuela, tíos, una canguro o  empleada doméstica... En caso de los abuelos y tíos, especialmente los primeros, suelen ser más permisivos, pero tendremos que acordar con ellos unos límites que no se deben traspasar. Y conviene incluir entre las normas alguna que se refiera a su participación en las tareas del hogar, siempre adecuada a su edad, pero que le ayudará a educarse en la responsabilidad, sin contrapartidas innecesarias.

La segunda vertiente de las normas implica las consecuencias que tiene no respetarlas. Lo más sensato es, cuando expliquemos al niño una norma, explicarle la consecuencia de su incumplimiento, que se deberá haber fijado con antelación. Los castigos impuestos en caliente, y menos en medio de una discusión acalorada, frecuentemente no son proporcionados, ni adecuados para corregir la actitud inapropiada. Y es muy importante no amenazar con castigos que no vamos a cumplir. Lo de "como no dejes ya la videoconsola" te la voy a quitar para los próximos seis meses" puede ser desproporcionado y generalmente al final vamos a ceder y no lo vamos a aplicar. Es mejor fijar el tiempo que puede jugar a los videojuegos diariamente y, si un día se pasa, descontarle el tiempo al día siguiente: "Ayer tenías 45 minutos de juego y estuviste una hora y cuarto, así que hoy sólo te quedan quince minutos". Y cumplirlo a rajatabla, a pesar de sus protestas y su berrinche. Así irá aprendiendo que incumplir las normas no trae cuenta.

Un último aspecto importantísimo que los adultos tenemos que saber acerca de las normas es que no es necesario, ni apropiado, negociarlas todas con el niño. Algunas se pueden negociar, como la mejor hora para estar un rato jugando con el móvil o la tableta, pero no el tiempo máximo de uso, que es algo que debemos fijar los mayores con sentido común. Las normas que establecemos los adultos son por el bien del niño y de toda la familia y muchas de ellas no tienen por qué estar sujetas a un juego de negociación. Por mucho que el niño no esté de acuerdo. Y tampoco entraremos en un "si tú me das, yo te doy", del estilo de: "Hago los deberes si me dejas un rato más con el ordenador". Los deberes hay que hacerlos y punto. Y el tiempo máximo de ordenador ya debería estar establecido y ser respetado. Negociar determinadas normas importantes con un niño pocos años supone asignarle una responsabilidad que, por su corta edad y su escasa experiencia vital, no está en condiciones de asumir.

Para la próxima entrada dejamos el tema de qué hacer si ya nos encontramos ante un niño tirano.

Área de Psicología - Clínica Panaderos