Hace unos días, en la primera parte de "Niños con móvil: Y luego nos quejamos", contábamos una escena familiar en la que los niños jugaban mientras los padres miraban continuamente sus móviles y hablábamos de la importancia del ejemplo hacia los hijos.
Vamos a presentar ahora otra escena diferente, de la que también fuimos testigos hace unos meses: estamos tomando un café varias personas en una terraza un atardecer del pasado mayo. La terraza está en uno de los lados de una plaza peatonal, en un pueblo de unos 18.000 habitantes, cercano a Valladolid. Unas mesas más allá hay tres parejas tomando algo y charlando. En la mesa de al lado hay cinco niños, todos varones, a los que calculamos entre 8 y 10 años. Son los hijos de las tres parejas. Cada uno tiene su teléfono móvil y escribe constantemente. Aparentemente están utilizando alguna aplicación de mensajería instantánea (Whatsapp o similar). No hablan entre ellos, ni se miran siquiera. Sólo miran la pantalla y escriben.
Observo la escena durante unos minutos y comento a mis compañeros de tertulia: "Estos niños tendrían que estar dando patadas a una pelota, corriendo, montando en bici o en patinete... Tendrían que aprovechar para jugar, en vez de estar toda la tarde sentados, embobados cada uno con su móvil". Una de mis contertulias, que, además de madre de cuatro hijos es directora de un colegio de Primaria y habituada, por tanto, a tratar con niños y a observarlos, me responde de inmediato con un razonamiento que me parece muy apropiado: "Si los niños estuviesen jugando por la plaza, sus padres tendrían que estar echando un vistazo de vez en cuando, preocupándose de que tuvieran cuidado, que no molestaran a los demás, que no se hicieran daño, que no se acercaran a la carretera... Ahora los tienen a la vista y saben que no corren ningún peligro, así que pueden despreocuparse y tomarse el café tranquilamente."
Así que los niños protagonistas de esta escena han ganado en seguridad para ellos y tranquilidad para sus padres. Pero, ¿qué han perdido? El juego al aire libre contribuye positivamente al desarrollo del niño. En el plano físico, las mejoras en el desarrollo de su motricidad gruesa, su movilidad, la percepción de sus límites físicos y sus capacidades (y el intento de superarlos) se oponen al posible incremento del sedentarismo, la baja forma física y la posible obesidad futura de la que alertan algunos estudiosos del tema, por el uso abusivo de las pantallas.
En cuando al aspecto psicológico, el juego en grupo fomenta la colaboración y la creatividad. Inventando o adaptando juegos los niños aprenden a establecer reglas, a respetarlas, a resolver conflictos, a escuchar, participar y llegar a acuerdos... Muchas aptitudes que más adelante, serán de incalculable valor en su vida adulta y que son muy cotizadas en diferentes empleos y profesiones. Esas capacidades de respeto a los demás y resolución de conflictos son también fundamentales en su vida afectiva y las necesitarán para enfrentarse a muchísimas situaciones cotidianas, tanto laborales como familiares y sociales.
Y ya que hablamos de la faceta social, la convivencia cara a cara, hablar en vivo, aprender a escuchar, ayuda a mejorar la expresión oral, a hacerse entender sin emoticonos y a comprender a los demás en directo, evitando malentendidos, pudiendo explicarse, corregirse y mejorar sus relaciones sociales y su capacidad de empatía.
No vamos a extendernos más sobre las ventajas del juego real sobre el uso, posiblemente abusivo, del teléfono móvil. Pero sí a hacer una reflexión sobre lo que algunos han dado en llamar las "pantallas niñera" o los "smartphones y tablets niñera": dejar a los niños "al cuidado" de un teléfono móvil o una tableta, de manera que ellos estén quietecitos en el sofá y nosotros más cómodos, mientras podemos dedicarnos a las tareas domésticas, terminar algún trabajo pendiente, leer, descansar o, simplemente, mirar nuestras redes sociales y charlar con los amigos a través de nuestro móvil. Es indudable que las "nuevas tecnologías" abren infinitas posibilidades a los chavales y que tienen que acostumbrarse a manejarlas. Pero es necesario controlar el tiempo y el uso concreto que de ellas hacen los niños. Hasta los 12 años su uso debería ser guiado por los padres o algún adulto cercano que evite, tanto el abuso como el acceso a contenidos inapropiados. Nuestra comodidad o tranquilidad, si una escena como la antes descrita se repite constantemente, tanto en casa como fuera de ella, puede estar contribuyendo a que los niños no se desarrollen ni maduren adecuadamente. El móvil puede ser un complemento, pero nunca un sustituto del juego al aire libre, de la experiencia directa ni de las relaciones humanas reales.
Es indudable que la sociedad ha cambiado y que actualmente no es fácil, sobre todo en entornos urbanos o en pueblos grandes, que los niños y niñas puedan salir a la calle a jugar libremente. Por eso debemos aprovechar esas ocasiones para enseñarles que, a veces, el mejor uso que pueden dar al móvil es dejarlo en casa.
Cuídate y déjanos cuidarte!!!