En estos tiempos no es nada raro ver a chavales, incluso desde los 10 años o antes, con su propio teléfono móvil, frecuentemente un smartphone con conexión a Internet y toda clase de aplicaciones para redes sociales y chat: Whatsapp, Tuenti, Facebook, Twitter... Aclaramos que nos referimos a los móviles, pero lo que exponemos también es válido para los tablets con conexión a Internet. Aunque sí estamos de acuerdo con el planteamiento de que las redes sociales (usadas sin criterio y, sobre todo, desde edades tan tempranas), te acercan a los que están lejos, pero te alejan de los que están cerca, en esta entrada no vamos a analizar la conveniencia o inconveniencia de que se inicien tan pronto en estas actividades sociales. Vamos, más bien, a centrarnos en el papel que un móvil permanentemente a disposición de un chaval puede tener en el éxito o fracaso escolar.
Desde hace años se trabajan con el alumnado, tanto en Primaria como en Secundaria, diferentes técnicas de estudio que ayudan a mejorar el rendimiento escolar, a aprender más con menos esfuerzo y de forma más eficiente. Y, aunque hay variedad de técnicas, todas tienen algo en común: la necesidad de atención y concentración. Para facilitarlas, siempre se propone habilitar un espacio apropiado, alejado de distracciones. Si es posible, una habitación específica con muebles cómodos y ergonómicos para la actividad que se va a desarrollar. No se hacen los deberes o se estudia medio tumbado en un sofá, sino sentado en una silla ergonómica, y con los libros y cuadernos en una mesa despejada, sin juguetes ni artefactos que dificulten la concentración. Hay personas que prefieren tener música de fondo para concentrarse mejor y otras no, pero, indudablemente, un ordenador o una televisión encendida pueden distraer a cualquiera.
El período de atención (attention span) durante el cual una persona puede permanecer concentrada en determinada tarea varía con la edad y otros muchos factores, pero según diversas investigaciones, para niños pequeños (2-3 años) no es mayor de 5 minutos y la inmensa mayoría de adultos sanos son incapaces de mantener la atención en una tarea durante más de 40 minutos de una vez. Para niños mayores (10-12 años) y adolescentes, que son el grupo de edad que nos ocupa, difícilmente supera los 20-25 minutos. Así pues, cuando un chaval de esa edad se pone a estudiar o hacer deberes, tarda unos minutos en alcanzar un nivel de concentración adecuado y, si todo va bien, la mantiene durante unos 20 minutos. A partir de ahí, se pierde la concentración y el trabajo es menos eficiente.
Supongamos ahora que un(a) adolescente se sienta a estudiar en su habitación con una mesa perfectamente ordenada, una silla cómoda, una luz apropiada y sin hermanos que le molesten y otras distracciones, pero con el móvil encendido (en vibración) en el bolsillo. A los dos minutos de empezar, le llega un "whatsapp" de su mejor amiga. Contesta, intercambian varias frases y vuelve a la tarea. A los pocos minutos, cuando está cogiendo otra vez el hilo, recibe un tweet en el que un compañero dice que ha subido una foto al Facebook. Pulsa el enlace correspondiente, ve la foto, manda un pequeño comentario y guarda otra vez el móvil. Tras el correspondiente esfuerzo de concentración, recibe otro whatsapp en el que otro compañero le pregunta cuáles eran los deberes de matemáticas y se distrae de nuevo... ¿Cómo es posible estudiar o hacer los deberes eficientemente con interrupciones constantes? Sencillamente, no lo es. El resultado es que, al final de la tarde, ha empleado mucho más tiempo y esfuerzo en hacer peor unas tareas o estudiar unas lecciones que probablemente no habrá aprendido debidamente. Puede que haya alguna excepción, personas con una extraordinaria capacidad de concentración, que a pesar de esas interrupciones pueden mantenerla y volver a la tarea de inmediato, pero no es lo normal. Por ello, afirmamos que en la mayoría de los casos, los móviles son incompatibles con el estudio.
¿Cuál es la solución? Evidente y sencilla: durante el tiempo de estudio, el móvil debe permanecer apagado y lejos del alcance del estudiante. Como a estas edades los estudiantes ya tienen que empezar a organizar sus actividades, si el tiempo de deberes y estudio es, por ejemplo, de dos horas, se puede acordar con él que va a estudiar una hora sin móvil. Después, descansará 15 o 30 minutos, durante los cuales podrá encenderlo y responder a los tweets, whatsapp y demás. Y, cuando termine el tiempo de descanso, volverá a apagar el móvil y dejarlo fuera de su lugar de estudio, para seguir con sus tareas hasta que termine. Por supuesto que ellos utilizan pretextos de todo tipo para no desprenderse del móvil: que lo necesitan para usar la calculadora, que controlan el tiempo con el reloj del móvil, que está apagado y no lo van a mirar mientras trabajan... Pero normalmente son eso, pretextos. Lo mejor es darles una calculadora, su reloj y pedirles el móvil sin dejarnos convencer. Corremos el riesgo de que acaben a toda velocidad para poder coger el móvil, pero, incluso en ese caso, es muy probable que el tiempo empleado en hacer las tareas apresuradamente, hayan logrado un nivel de concentración mayor que si hubiesen estado pendientes de él todo el rato.
Aparte de esto, otro problema que, según nos comentan algunos profesores, se detecta cada vez más en las aulas es el uso del móvil hasta bien entrada la noche. Muchos estudiantes adolescentes (e incluso niños) pasan las primeras horas de colegio dormidos, completamente incapaces de concentrarse y aprovechar la clase. Y no es raro que reconozcan que estuvieron hasta las dos o las tres de la madrugada chateando con el móvil, pues es más pequeño y fácil de esconder que un ordenador y muchos padres no se dan cuenta de que, cuando sus hijos deberían estar durmiendo, en realidad están conectados y perdiendo horas de sueño. Si en todas las etapas de la vida el sueño de calidad es esencial, no lo es menos en la preadolescencia y adolescencia, puesto que durante el sueño se libera la hormona del crecimiento. Y la falta de sueño produce cansancio diurno, irritabilidad, falta de concentración..., problemas que, indudablemente dificultarán su éxito escolar y su bienestar general. El pretexto más generalizado es que usan el móvil como despertador. Y la solución, como en el caso anterior, es evidente y muy fácil: comprarles un despertador de los de verdad, que sólo dé la hora y tenga alarma. El móvil, como antes dijimos para el tiempo de estudio, también debería estar fuera del alcance de niños y adolescentes a la hora de dormir.
Así pues, recomendamos: "Durante el tiempo de estudio y a la hora de dormir, móviles NO". Con esta sencilla norma podemos conseguir que la calidad del estudio y el descanso de nuestros hijos mejoren considerablemente, que su salud no empeore y que les cueste mucho menos ser lo que en realidad son: estudiantes.
Clínica Panaderos - Área de Psicología
Cuídate y déjanos cuidarte!!!
Desde hace años se trabajan con el alumnado, tanto en Primaria como en Secundaria, diferentes técnicas de estudio que ayudan a mejorar el rendimiento escolar, a aprender más con menos esfuerzo y de forma más eficiente. Y, aunque hay variedad de técnicas, todas tienen algo en común: la necesidad de atención y concentración. Para facilitarlas, siempre se propone habilitar un espacio apropiado, alejado de distracciones. Si es posible, una habitación específica con muebles cómodos y ergonómicos para la actividad que se va a desarrollar. No se hacen los deberes o se estudia medio tumbado en un sofá, sino sentado en una silla ergonómica, y con los libros y cuadernos en una mesa despejada, sin juguetes ni artefactos que dificulten la concentración. Hay personas que prefieren tener música de fondo para concentrarse mejor y otras no, pero, indudablemente, un ordenador o una televisión encendida pueden distraer a cualquiera.
El período de atención (attention span) durante el cual una persona puede permanecer concentrada en determinada tarea varía con la edad y otros muchos factores, pero según diversas investigaciones, para niños pequeños (2-3 años) no es mayor de 5 minutos y la inmensa mayoría de adultos sanos son incapaces de mantener la atención en una tarea durante más de 40 minutos de una vez. Para niños mayores (10-12 años) y adolescentes, que son el grupo de edad que nos ocupa, difícilmente supera los 20-25 minutos. Así pues, cuando un chaval de esa edad se pone a estudiar o hacer deberes, tarda unos minutos en alcanzar un nivel de concentración adecuado y, si todo va bien, la mantiene durante unos 20 minutos. A partir de ahí, se pierde la concentración y el trabajo es menos eficiente.
Supongamos ahora que un(a) adolescente se sienta a estudiar en su habitación con una mesa perfectamente ordenada, una silla cómoda, una luz apropiada y sin hermanos que le molesten y otras distracciones, pero con el móvil encendido (en vibración) en el bolsillo. A los dos minutos de empezar, le llega un "whatsapp" de su mejor amiga. Contesta, intercambian varias frases y vuelve a la tarea. A los pocos minutos, cuando está cogiendo otra vez el hilo, recibe un tweet en el que un compañero dice que ha subido una foto al Facebook. Pulsa el enlace correspondiente, ve la foto, manda un pequeño comentario y guarda otra vez el móvil. Tras el correspondiente esfuerzo de concentración, recibe otro whatsapp en el que otro compañero le pregunta cuáles eran los deberes de matemáticas y se distrae de nuevo... ¿Cómo es posible estudiar o hacer los deberes eficientemente con interrupciones constantes? Sencillamente, no lo es. El resultado es que, al final de la tarde, ha empleado mucho más tiempo y esfuerzo en hacer peor unas tareas o estudiar unas lecciones que probablemente no habrá aprendido debidamente. Puede que haya alguna excepción, personas con una extraordinaria capacidad de concentración, que a pesar de esas interrupciones pueden mantenerla y volver a la tarea de inmediato, pero no es lo normal. Por ello, afirmamos que en la mayoría de los casos, los móviles son incompatibles con el estudio.
¿Cuál es la solución? Evidente y sencilla: durante el tiempo de estudio, el móvil debe permanecer apagado y lejos del alcance del estudiante. Como a estas edades los estudiantes ya tienen que empezar a organizar sus actividades, si el tiempo de deberes y estudio es, por ejemplo, de dos horas, se puede acordar con él que va a estudiar una hora sin móvil. Después, descansará 15 o 30 minutos, durante los cuales podrá encenderlo y responder a los tweets, whatsapp y demás. Y, cuando termine el tiempo de descanso, volverá a apagar el móvil y dejarlo fuera de su lugar de estudio, para seguir con sus tareas hasta que termine. Por supuesto que ellos utilizan pretextos de todo tipo para no desprenderse del móvil: que lo necesitan para usar la calculadora, que controlan el tiempo con el reloj del móvil, que está apagado y no lo van a mirar mientras trabajan... Pero normalmente son eso, pretextos. Lo mejor es darles una calculadora, su reloj y pedirles el móvil sin dejarnos convencer. Corremos el riesgo de que acaben a toda velocidad para poder coger el móvil, pero, incluso en ese caso, es muy probable que el tiempo empleado en hacer las tareas apresuradamente, hayan logrado un nivel de concentración mayor que si hubiesen estado pendientes de él todo el rato.
Aparte de esto, otro problema que, según nos comentan algunos profesores, se detecta cada vez más en las aulas es el uso del móvil hasta bien entrada la noche. Muchos estudiantes adolescentes (e incluso niños) pasan las primeras horas de colegio dormidos, completamente incapaces de concentrarse y aprovechar la clase. Y no es raro que reconozcan que estuvieron hasta las dos o las tres de la madrugada chateando con el móvil, pues es más pequeño y fácil de esconder que un ordenador y muchos padres no se dan cuenta de que, cuando sus hijos deberían estar durmiendo, en realidad están conectados y perdiendo horas de sueño. Si en todas las etapas de la vida el sueño de calidad es esencial, no lo es menos en la preadolescencia y adolescencia, puesto que durante el sueño se libera la hormona del crecimiento. Y la falta de sueño produce cansancio diurno, irritabilidad, falta de concentración..., problemas que, indudablemente dificultarán su éxito escolar y su bienestar general. El pretexto más generalizado es que usan el móvil como despertador. Y la solución, como en el caso anterior, es evidente y muy fácil: comprarles un despertador de los de verdad, que sólo dé la hora y tenga alarma. El móvil, como antes dijimos para el tiempo de estudio, también debería estar fuera del alcance de niños y adolescentes a la hora de dormir.
Así pues, recomendamos: "Durante el tiempo de estudio y a la hora de dormir, móviles NO". Con esta sencilla norma podemos conseguir que la calidad del estudio y el descanso de nuestros hijos mejoren considerablemente, que su salud no empeore y que les cueste mucho menos ser lo que en realidad son: estudiantes.
Clínica Panaderos - Área de Psicología
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