"La toalla del niño, el cubo y la pala, los manguitos... ¡Ah, y no se te olvide la crema para el sol, que enseguida se quema!"
Con la llegada del buen tiempo nos preparamos para disfrutar de la playa, la montaña, la piscina... Ropa fresca, bañador, toalla, a veces algo para los mosquitos y, por supuesto, crema de protección solar, tanto para nosotros como para los más pequeños. Afortunadamente, las campañas de los últimos años sobre la peligrosidad del exceso de sol en la piel van surtiendo efecto y muchas personas estamos ya concienciadas de la necesidad de un protector adecuado, y pendientes de que nuestros hijos no se expongan la sol sin esa protección. Pero, ¿y sus ojos? Los estamos protegiendo adecuadamente?
La respuesta es que habitualmente no. ¿A cuántas madres o padres vemos en la playa echando crema a sus hijos? A bastantes, cada vez a más. ¿A cuántos vemos poniéndoles unas gafas de sol? A poquísimos. Sin embargo, los ojos son al menos tan sensibles a la radiación solar ultravioleta (UV) como la piel. Pero, a diferencia de ésta, sus efectos no se perciben a corto plazo. Si una persona está un rato largo al sol sin protección durante los primeros días de playa, es fácil que "se queme", la piel se ponga roja y llegue a escocer bastante. Estos síntomas nos alertan de que la piel no está protegida como debería. Los ojos, sin embargo, no se queman (a no ser que miremos directamente al sol durante mucho tiempo, cosa que no se le ocurre a nadie). Pero ello no quiere decir que no sufran los efectos del sol. Estos efectos son acumulativos, de manera que con el paso de los años los ojos tienen una especie de memoria que "recuerda" el exceso de radiación solar recibida y sus efectos negativos se van sumando año tras año.
Es curioso observar que cuando vemos a niños esquiando, muy frecuentemente llevan gafas de sol para protegerse de la radiación reflejada por la nieve. No nos extraña, porque todos los que frecuentan la montaña en invierno lo saben. Pero, al igual que la nieve, el agua y la arena de la playa reflejan la radiación UV y, sin embargo, pocas personas consideran imprescindible esa protección ocular. Y también es curioso el hecho de que en la playa muchísimos jóvenes y adultos llevan gafas de sol, pero poquísimos niños. A este respecto, teniendo en cuenta que, especialmente en verano los niños pasan mucho tiempo jugando al aire libre, algunos expertos afirman que de la radiación UV total a la que están expuestos los ojos de una persona durante toda su vida, la mitad se acumula antes de los 18 años.
Con esta perspectiva, podemos preguntarnos: ¿El niño va a sufrir efectos a corto plazo? No, seguramente ninguno. ¿Y a largo plazo? Hay enfermedades de los ojos que normalmente aparecen con la edad, pero que son causadas o agravadas por el exceso de radiación UV recibida durante años, por ejemplo:
- cataratas
- maculopatía fototraumática
- degeneración macular.
¿Cómo prevenir, entonces, estos efectos negativos del sol en los ojos? Pues es bien sencillo: usando gafas de sol. Por supuesto, nos referimos a gafas homologadas con filtro UV adecuado, lo suficientemente alto como para proteger debidamente los ojos. Y no sólo los nuestros, sino los de todas las edades, incluyendo los niños. Hablar de gafas homologadas no es hablar de gafas "de kiosco", ni de puesto callejero sin ningún control. Es hablar de gafas adquiridas en establecimientos especializados y con todas las garantías de protección ocular.
¿Cómo elegir las gafas de sol adecuadas para nuestros hijos (y para nosotros)? Lo mejor, como siempre, es consultar con los especialistas, pues hay distintos tipos de lentes con diversos niveles de protección. De acuerdo con nuestra situación concreta y las actividades que vamos a realizar, un oftalmólogo puede informarnos acerca de qué necesidades concretas tenemos. Y, con esa información, el óptico nos orientará para elegir unas gafas que cubran esas necesidades.
Y, una vez que compremos las gafas, ¿querrán ponérselas? Posiblemente, en un primer momento los niños (sobre todo de 3 a 6 años) se las pondrán unos minutos, porque les parecerá divertido, les hará gracia, o por simple imitación a los mayores. Pero poco después no las querrán y hacer que se las pongan los primeros días puede que no sea fácil. Sin embargo, igual que los hemos acostumbrado a la gorra o sombrero, a dar la mano para cruzar la calle o a tantas otras cosas, tendremos que insistir con las gafas de sol. Es un aprendizaje como cualquier otro y al principio cuesta. Pero tendrán que aceptarlas, porque su salud y su bienestar no son cuestiones sobre las que ellos a estas edades puedan decidir. Nosotros, como adultos responsables, tendremos que decidir por ellos y ayudar a que acepten que la protección de su vistas es importante.
Así pues, este año incluyamos en nuestro equipaje unas gafas de sol adecuadas para nuestro hijo. Probablemente serán más caras que las de kiosco. Pero... Se trata de salud. ¿O no?
Clínica Panaderos - Área de oftalmología pediátrica